Corazón delator

Imagen Midjourney prompt:"Amodernwhistleblower”

Una de las obras más conocidas de Edgar Allan Poe, “El Corazón Delator”, nos presenta la narración de un hombre que, después de cometer un crimen, se siente abrumado por la culpa hasta el punto de delatarse a sí mismo. Esta poderosa historia, que explora la psicología humana y el peso de la conciencia, encuentra un paralelismo con las discusiones modernas sobre el "whistleblowing" o la denuncia interna en las organizaciones. Emerge un tipo particular de terror: aquel que enfrenta el denunciante al borde de desenmascarar las verdades ocultas de poderosas instituciones o jefes. Sin embargo, mientras Poe narraba ficción gótica, los denunciantes enfrentan realidades palpables. Están en juego no solo sus carreras y reputaciones, sino también su estabilidad emocional y, en ocasiones, su integridad física. El denunciante enfrenta el mundo oculto de las represalias, el ostracismo y las complicidades silenciosas, que parecen salidas de un cuento de Poe. Reflexionaremos sobre si estos héroes anónimos están locos por desafiar al sistema o si, en realidad, son las luces brillantes en un mar de oscuridad.

Por Raúl Saccani

El terror de la denuncia

Edgar Allan Poe, el maestro del macabro, ha sido durante mucho tiempo una figura central en la literatura estadounidense. Nacido en 1809 y fallecido en 1849, su breve vida estuvo llena de tragedias, las cuales, a menudo, se reflejan en su obra. Más conocido por sus cuentos de terror y misterio, Poe también se destacó como poeta, crítico literario y pionero del género del relato corto. Con historias como "El cuervo", "El corazón delator" y "El pozo y el péndulo", no solo capturó la imaginación de sus lectores, sino que también exploró profundamente la psicología humana, la obsesión y la desesperación.

Existe una conexión subyacente en la exploración de la corrupción en la conducta humana y las consecuencias del silencio y la complicidad. Poe se adentró en los oscuros recovecos de la mente, examinando cómo las obsesiones y los secretos pueden consumir y destruir a un individuo. Del mismo modo, los denunciantes enfrentan sistemas corruptos y culturas de silencio, exponen verdades que otros preferirían mantener ocultas.

“El Corazón Delator”, una de las obras más conocidas de Edgar Allan Poe, nos presenta la narración de un hombre que, después de cometer un crimen, se siente abrumado por la culpa hasta el punto de delatarse a sí mismo. Esta poderosa historia, que explora la psicología humana y el peso de la conciencia, encuentra un paralelismo con las discusiones modernas sobre el "whistleblowing" o la denuncia interna en las organizaciones.El protagonista del cuento, asediado por el latido constante que solo él puede escuchar, representa el peso abrumador de la conciencia y la necesidad inherente de la verdad de salir a la luz. Esta pulsación incesante puede verse reflejada en la urgencia que sienten los denunciantes cuando se enfrentan a prácticas poco éticas o directamente ilegales en su entorno laboral. De igual manera que el narrador no puede escapar del sonido que le persigue, el denunciante siente la imperiosa necesidad de actuar frente a lo que percibe como una injusticia.

En la vastedad de emociones humanas, el miedo ocupa un lugar especial. Es una respuesta primordial, arraigada en nuestro instinto de supervivencia. Pero más allá de los miedos tangibles, como el temor a la oscuridad o a las alturas, hay un tipo de miedo más insidioso, uno que Edgar Allan Poe podría haber imaginado en sus cuentos más sombríos: el terror silencioso del denunciante.

Imaginemos por un momento estar en sus zapatos. Ha descubierto una verdad, oculta detrás de puertas cerradas, cubierta por sombras de engaño y corrupción. Es una verdad que, si se revela, puede sacudir los cimientos de una organización, cambiar la percepción del público o incluso reconfigurar la estructura de poder en una sociedad. Pero con este conocimiento viene un peso abrumador: la traición percibida, el ostracismo, las represalias y, en algunos casos, las amenazas a su seguridad personal y la de su familia. Un dilema paralizante y agónico.

La mente del denunciante se convierte en un escenario al más puro estilo Poe, llena de voces susurrantes que cuestionan, dudan y temen. Cada paso hacia la decisión de denunciar es como acercarse a una puerta tras la cual podría haber un abismo de incertidumbre. Las pesadillas no son solo imaginaciones nocturnas, sino constantes compañeras diurnas: la mirada acusadora de un colega, el silencio ensordecedor después de hablar, o la sensación omnipresente de estar siendo observado.

El terror del denunciante también se manifiesta en el aislamiento. Al igual que muchos protagonistas en las historias de terror, el denunciante a menudo se siente solo, marginado, separado de su comunidad o grupo de referencia. Esta soledad no es solo física, sino emocional. El simple acto de poseer un conocimiento que otros no quieren que se revele crea una barrera, una distancia que puede ser tan desoladora como cualquier prisión.Sin embargo, en medio de este panorama sombrío, también hay destellos de luz. Al igual que el héroe que enfrenta sus miedos y sigue adelante, el denunciante, a pesar del terror, a menudo encuentra la fortaleza para actuar. Esta resiliencia, esta capacidad para enfrentar el miedo más profundo, es quizás la cualidad más admirable del denunciante.

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Uncomplicado balance entre lealtad y justicia

El equilibrio entre actuar con justicia mediante la denuncia de irregularidades y mantener la lealtad es un tema complejo y multifacético. Las decisiones morales, en muchos casos, no se basan únicamente en normas establecidas, sino en cómo las personas ponderan y equilibran diferentes normas morales entre sí. En el contexto de la denuncia de irregularidades, surge una pregunta sobre el verdadero significado de la lealtad. Mientras que algunas visiones sostienen que denunciar es un acto de lealtad hacia una organización o sociedad en su conjunto, otras lo ven como una traición hacia individuos o grupos más cercanos.

La proximidad social entre el denunciante y el infractor, como formar parte de un equipo o ser amigos cercanos, puede influir en este equilibrio. En situaciones donde los involucrados tienen vínculos estrechos, la lealtad puede tener un peso mayor, complicando la decisión de denunciar. Este dilema entre la justicia y la lealtad no solo se manifiesta en decisiones individuales, sino que también puede reflejarse en diferencias culturales. Mientras que las culturas individualistas priorizan la justicia y la imparcialidad, las colectivistas valoran más la lealtad y el bienestar del grupo interno.

Para promover un ambiente en el que las irregularidades se denuncien, es esencial reconceptualizar la lealtad. Presentar la denuncia no como una traición, sino como una muestra de lealtad hacia un bien mayor, como la integridad de una organización o la salud de la sociedad, puede ser un paso hacia la reconciliación de este conflicto entre justicia y lealtad.

El enfoque psicoanalítico ofrece un contrapunto cuando sugiere que las dinámicas emocionales inconscientes deben ser consideradas al explorar las subjetividades y motivaciones de los denunciantes. Se resalta que las acciones éticas, independientemente de si están motivadas exclusivamente por emociones morales o no, siempre tienen una relevancia directa para el individuo. ¿Por qué algunas personas deciden denunciar mientras que otras no lo hacen? Esta decisión depende, entre otros, del nivel e intensidad con la que el acto indebido presenciado afecta personalmente al individuo, influyendo en su sentido del yo y en la intensidad con la que se sienten agraviados. Los mecanismos subyacentes, a menudo inconscientes, que desencadenan el comportamiento (denuncia) se conectan con la ira narcisista, la indignación moral y un sentido de traición que podrían jugar un papel crucial en las motivaciones de un denunciante. Además, diversos mecanismos de defensa, como la racionalización, la proyección y la identificación proyectiva, podrían desempeñar un papel significativo en las dinámicas inconscientes.

Lo que desencadena un comportamiento o acción emocional moral no necesariamente proviene de una necesidad moral o de la rectitud para hacer el bien, o incluso de disposiciones altruistas, sino más bien de una respuesta a algo profundamente personal e interiorizado en el individuo. Los denunciantes están intrínsecamente e intuitivamente conectados con lo que los impulsa a actuar de una manera particular. Esta conexión es tan profunda que siempre es un acto sumamente personal. Se argumenta que el acto de sentirse traicionado quizás motive la “traición” de la denuncia.

Imagen Midjourney prompt:"An individual whispering into the ear of a massive stone statue representing corporate power, with cracks beginning to form on the statue, symbolizing the impact of truth."

Cuestiones fundamentales para la implementación de Canales internos de denuncia

El poder de la lealtad, las represalias, la lucha interna, el deseo de exponer una irregularidad. Son las tensiones que enfrentan muchos denunciantes cuando deciden entre exponer la corrupción o permanecer en silencio y ser cómplices. La ansiedad, el miedo y la parálisis que resultan de guardar oscuros secretos requieren de una profunda comprensión de la condición humana. Tal capacidad se requiere al Compliance Officer que, eventualmente, deberá contener a un denunciante. Su habilidad para penetrar en esas sombras le proporcionará una lente única a través de la cual podrá examinar cómo opera verdaderamente la cultura organizacional. Pero para que eso suceda, también deberá estructurar adecuadamente la herramienta clave de cualquier Programa de Integridad: el canal de reportes.

Aunque las empresas pueden elegir o no desarrollarlo, la medida de la necesidad puede estar dada por distintos factores, como la separación entre quienes deciden y quienes ejecutan. A mayor cercanía entre el empleador o dueño y la totalidad de los integrantes, menor necesidad. A mayor complejidad de la división de tareas y jerarquías, a mayor cantidad de integrantes, mayor dispersión, mayor cantidad de vínculos con terceras partes, también mayor necesidad de contar con un canal ético.

¿Las denuncias serán voluntarios u obligatorias?

Es un punto controvertido. Establecer la denuncia como un deber obligatorio puede inculcar un sentido más profundo de responsabilidad entre los empleados. Algunos dicen que, al transformar a los individuos de observadores pasivos a actores activos en la preservación de la ética, se fomenta una cultura de responsabilidad. Además, las organizaciones podrían estar mejor posicionadas para identificar y abordar las malas prácticas en sus etapas iniciales, lo que podría prevenir daños reputacionales y financieros a largo plazo. Por otro lado, en algunas jurisdicciones o industrias, existen leyes que exigen la notificación de ciertos comportamientos o irregularidades, haciendo que la obligatoriedad del whistleblowing asegure el cumplimiento de estas normativas.

Sin embargo, permitir que los empleados decidan por sí mismos si denunciar o no respeta su autonomía y juicio personal, lo que puede fortalecer la confianza entre la organización y su personal. Al hacer la denuncia voluntaria, es probable que las denuncias presentadas sean de mayor gravedad y credibilidad, lo que a su vez puede reducir la posibilidad de denuncias frívolas o vengativas. Como dijimos antes, en ciertas culturas denunciar a colegas o superiores puede ser considerado una falta de lealtad, por lo que mantener la denuncia como una acción voluntaria puede ser más sensible a estos desafíos culturales.

¿Se permitirá el reporte anónimo?

Si bien es deseable que la persona jurídica permita que los informes se hagan de manera abierta, los canales deben admitir tanto la denuncia anónima como la posibilidad de optar por la reserva de identidad. La existencia de dichas opciones debe ser comunicada con claridad a todos los destinatarios posibles del canal. En el caso de la reserva debe aclararse bajo qué condiciones cederá o en qué casos la persona jurídica no podrá mantenerla (de seguro no será posible mantenerla ante el requerimiento de autoridades judiciales).

¿La desarrollamos internamente o la tercerizamos?

La administración de la línea de denuncias puede ser interna o tercerizada. La elección entre estas alternativas dependerá de factores como la confidencialidad, la especialización y los costos. Una u otra opción acarrean distintos beneficios. A mayor dimensión de la organización y mayor actividad denunciadora estarán asociadas exigencias de mayor profesionalización e independencia en la gestión del canal y, por ende, mayor tendencia al uso de una solución externa (o la internalización de mayores costos asociados). En cualquier caso, en una organización de grandes dimensiones (o incluso en una mediana con grandes riesgos, actividad denunciadora profusa o considerable dispersión de los trabajadores) aparece deseable el establecimiento de canales que brinden garantía de atención independiente las veinticuatro (24) horas los trescientos sesenta y cinco (365) días del año con salvaguardas de primer nivel para la seguridad de la información y la protección de datos personales.Independientemente de la opción elegida, es esencial garantizar la formación y profesionalidad de quienes manejan estos reportes.

¿Qué opciones damos para reportar (canal/canales disponibles)?

El canal interno de denuncias debe coexistir con canales naturales de comunicación como las conversaciones con supervisores, en los que se debe promover una cultura de discusión abierta sobre cuestiones de integridad.Para determinar qué canales de denuncia deberían ofrecerse, es esencial considerar la diversidad de posibles denunciantes y la variedad de medios que utilizan. Idealmente, se proporcionaría una combinación de medios electrónicos, telefónicos y físicos para garantizar un amplio acceso.En todos los casos los canales existentes tienen que ser debidamente comunicados y accesibles a todos los empleados. Dependiendo de la actividad propia de la persona jurídica, se deberán tomar los recaudos y adecuaciones necesarias para asegurar que el uso del canal por terceros respete el objeto de aquél, y para afianzar su efectividad.

¿Hasta dónde protegemos la confidencialidad?

En cuanto a la seguridad, las organizaciones deben establecer medidas robustas para proteger la confidencialidad y garantizar la seguridad de los datos almacenados en el sistema de denuncias. Esto podría incluir encriptación, sistemas de acceso restringido y protocolos de retención de datos.Algunos lineamientos (como los emitidos por la Oficina Anticorrupción Argentina) sostienen que deberá garantizarse a los denunciantes que la información se mantendrá en estricta confidencialidad y sólo será empleada para un análisis o investigación seria y profesional. Podríamos encontrar un contrapunto respecto a si verdaderamente puede “garantizarse” la confidencialidad, sobre todo cuando la propia empresa, en el marco de su defensa penal, decida aportar a la Justicia la información relativa a la denuncia.

¿Qué hacemos cuando se recibe una denuncias?

Es recomendable una política o reglamento interno escrito que defina los distintos aspectos vinculados a la gestión del canal, contemplando desde la recepción de los reportes hasta sus distintas opciones de tratamiento. Es importante, además, que en el diseño esté contemplada la integración al circuito regular de asuntos materialmente reportados por otras vías (por ejemplo, al responsable interno en conversaciones de pasillo, directamente a los directores, al canal de relaciones institucionales o similar). En cuanto al correcto manejo del canal de denuncias, es aconsejable que existan:

  • Reglas claras (y suficientemente conocidas) de manejo de los reportes entrantes. Es esperable que exista tanto un procedimiento para la recepción y carga de los asuntos entrantes así como los criterios para su archivo, tratamiento o derivación.
  • Adecuada registración, gestión y seguimiento de los asuntos reportados.
  • Seguridad y confidencialidad de la información almacenada.
  • Tratamiento de los datos recibidos de conformidad con las regulaciones de protección de datos personales aplicables.
  • Filtros de clasificación de la información entrante que permitan estandarizar la asignación y reenvío de los asuntos reportados.
  • Tratamiento adecuado y expedito de todos los asuntos que ingresan incluyendo el rápido descarte de los irrelevantes o maliciosos y el reenvío de aquellos que, sin constituir incumplimiento ético, posean alguna relevancia interna.
  • Previsión de que un tercero independiente atienda las denuncias dirigidas contra el responsable de integridad, la Dirección, los miembros del Comité de Ética o alguna otra alta autoridad, o de que exista un mecanismo interno especial en estos casos.
  • Empleo de la información del canal para reportes, estadísticas y análisis del funcionamiento del Programa.

Cuando se presenten denuncias que impliquen a altos directivos o al propio Comité de Integridad, debe haber mecanismos para asegurar un análisis independiente. Esto protege la integridad del proceso y garantiza que no haya conflictos de interés.

El monitoreo y seguimiento de los reportes es clave. Las organizaciones deberían elaborar estadísticas basadas en estas denuncias, realizar seguimientos periódicos y utilizar estos datos como parte integral de las acciones de monitoreo y mejora continua del programa. Esta información debe ser una herramienta que informe decisiones y estrategias futuras.

¿Cómo luchamos contra las represalias?

En cualquier organización, es vital garantizar la protección y seguridad de quienes toman la valiente decisión de denunciar actividades ilícitas o no éticas. Una primera consideración sería determinar si, dentro de la entidad, existen reglas claramente establecidas por escrito que protejan a los denunciantes. Estas normativas deberían asegurar de manera explícita que ningún integrante de la organización enfrentará represalias, discriminación o cualquier tipo de menoscabo en sus derechos a causa de haber efectuado una denuncia.Las reglas internas deberán contemplar un concepto amplio de represalia considerando que ésta puede darse tanto por medio de la remoción del cargo, la desvinculación o el traslado infundado de sector o geografía, u otras posibles coacciones sutiles tales como cambios de tareas, retiros de comodidades, generación de un clima laboral adverso, hostigamiento verbal o similares.

Otro aspecto fundamental es la gestión y respuesta a las represalias. Es indispensable que la organización no solo prohíba tales actos, sino que también estipule sanciones internas para quienes intenten ejercer represalias contra los denunciantes. Los empleados deben sentirse respaldados y saber que cualquier intento de represalia será tratado con seriedad y resultará en consecuencias tangibles para el agresor. Además, se debe garantizar que, tras realizar una denuncia, la posición laboral y las condiciones de trabajo del denunciante permanecerán intactas, sin ningún tipo de alteración negativa.

Por último, el diseño y estructura del canal de denuncias deben ser examinados detenidamente. Es crucial que este sistema esté configurado para proteger la identidad de los denunciantes, ofreciendo opciones de reserva y anonimato. Este diseño garantiza que aquellos que denuncian puedan hacerlo con la confianza de que su identidad estará protegida. Adicionalmente, en las responsabilidades del encargado de integridad, debe estar claramente definida la tarea de salvaguardar los derechos y la seguridad de quienes denuncian, enfatizando la importancia de su rol en la promoción de un ambiente de trabajo ético y transparente.

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Claves del éxito: independencia, capacidad de respuesta y tiempo

Por importante que sean los mecanismos de denuncia, carecen de valor si nadie los utiliza. Una cultura ética y la confianza son elementos esenciales de un eficiente sistema de denuncia. Kenny, Vandekerckhove, y Fotaki identificaron tres temas cruciales que a menudo representan desafíos para quienes operan estos mecanismos: independencia, capacidad de respuesta y tiempo.

Los hallazgos de la investigación mostraron que la falta de independencia de los operadores del canal conduce a una denuncia ineficaz y una desconfianza general hacia la Alta Dirección. Sin embargo, se encontró que los operadores que fueron entrevistados sentían que su independencia respecto a asuntos operativos cotidianos les otorgaba confianza en su profesionalidad.

Un segundo elemento identificado es la capacidad de respuesta. Es vital que se perciba que los operadores responden a una denuncia para generar confianza en el sistema. Si los empleados sienten que sus inquietudes no son atendidas, no usaran el canal o buscarán otros medios hasta sentirse satisfechos con el manejo de su denuncia. A pesar de que se identificaron barreras para esta percepción de respuesta, también se encontraron estrategias para superarlas. Por ejemplo, en una de las organizaciones estudiadas, se confiaba en la comunicación boca a boca entre el personal para hacer saber que se había actuado conforme a la denuncia presentada. Además, respuestas a preguntas o inquietudes se publicaban en el intranet, visible para todos los empleados, generando confianza en que las denuncias serían atendidas. Es conocido el caso de una empresa que publicara en su intranet la sección “El callejón oscuro” donde se daba cuenta de los casos de fraude interno y otras tropelías cometidas por colaboradores. Era el segundo sitio más visitado, apenas por debajo de la página para el reporte de gastos de viaje.

El tiempo también fue destacado como un factor crucial, ya que la confianza y las expectativas evolucionan con él. Al inicio, cuando los empleados desconfían del sistema, interactuarán de manera distinta a cuando ya se ha establecido confianza. Se observó que, con el paso del tiempo, la percepción sobre los operadores cambia: de ser vistos como "policías" pasan a ser percibidos como "alguien que puede ayudar". Esto evidencia que estos mecanismos no son soluciones estáticas, sino pasos en un proceso de construcción de confianza en la organización.

La necesidad de crear y mantener la confianza es un punto clave para las denuncias. Para ello, tanto los denunciantes como los operadores deben actuar basados en un conocimiento incierto. Empatizar con el denunciante, simplificar el procedimiento, ofrecer distintas interfaces para presentar denuncias, puede ayudar.

El ”tono” de los lideres y su impacto en el uso de los Canales de Reporte

El estudio reciente de Cheng Zeng, Stephanie Kelly y Ryan Goke (2020) explora los impactos de la integridad y la ética del líder en lo que denominan la “disidencia ascendente” y las intenciones de denuncia de irregularidades. Los investigadores encuentran evidencia de que la integridad del líder desempeña un papel esencial en las intenciones de expresar opiniones tanto interna como externamente. En primer lugar, se encontró una relación positiva entre la integridad del líder y la intención de manifestar disconformidades hacia arriba en la jerarquía organizacional. A lo largo del estudio fue la baja integridad del líder, más que la gravedad de la violación ética, lo que llevó a los encuestados a considerar que la expresión interna era la respuesta más apropiada. Es decir, los encuestados no mostraron inclinación a informar internamente basándose sólo en una única violación ética, sin importar cuán grave fuera. Más bien, la decisión de informar internamente una violación ética dependía de si ya consideraban que el supervisor tenía una alta o baja integridad.

En situaciones altamente antiéticas, los colaboradores que enfrentaron un líder con baja integridad mostraron mayor probabilidad de denunciar externamente que aquellos con un líder de alta integridad. Específicamente, en escenarios altamente antiéticos, la relación entre las intenciones de denunciar y la integridad era más fuerte. Esto sugiere que la respuesta psicológica a observar un acto sumamente antiético por parte de un líder percibido como falto de integridad impulsa a los empleados a no denunciar o hacerlo externamente en lugar de informar internamente.

La integridad es valorada como una de las cualidades más respetadas en un líder por parte de los empleados. En entornos organizativos, sin embargo, a menudo ofrecen directrices morales ambiguas y escasamente comunicadas. Dado el matiz incierto de los eventos éticamente cuestionables, los empleados pueden carecer de la confianza, el poder y el conocimiento necesarios para tomar acciones adecuadas. Contar con líderes de alta integridad que compartan públicamente sus perspectivas morales y articulen su postura ante operaciones inapropiadas es esencial para establecer una cultura organizativa justa y segura. En dicha cultura, los empleados deben sentirse cómodos y moralmente obligados a denunciar actividades cuestionables. Por lo tanto, fomentar líderes éticos es vital para que las organizaciones puedan atender las críticas de los empleados.

Dado que los líderes con baja integridad tienden a percibir a quienes disienten como agitadores o traidores, no es sorprendente que los empleados opten por no denunciar, o hacerlo a una entidad externa, cuando la esperanza de resolver el problema dentro de la organización es mínima. Aunque investigaciones previas sugerían que los empleados tienen mayor probabilidad de informar sobre prácticas organizacionales altamente antiéticas, Zeng et al sostienen que la ética en sí no se asoció significativamente con la intención de disentir o denunciar.En un lugar de trabajo verdaderamente democrático, la voz del empleado no reacciona sólo ante actividades visiblemente ilegales o inmorales.

Una forma práctica para que los líderes expresen su postura moral es involucrándose regularmente en diálogos sobre "Ética" e "Integridad" con sus subordinados. Discutir explícitamente sobre situaciones laborales en estos términos potenciaría la percepción de la integridad del líder e, indirectamente, fomentaría más el “disenso ascendente” por parte del empleado.

En definitiva, los resultados indican que la integridad del líder, más que el grado de violación ética, es el principal predictor respecto a si los empleados informarán un incidente. Al igual que en muchos otros órdenes, la integridad del líder es esencial.

Redefiniento los Canales Internos de Reporte

En el contexto posterior a la pandemia, ha surgido un nuevo paradigma para las empresas comprometidas con la ética y el cumplimiento. Aquellas organizaciones que aspiran a un rendimiento óptimo han redefinido sus sistemas de denuncias internas, convirtiéndolos en líneas de ayuda más amplias. Estas líneas de ayuda no solo tratan denuncias, sino también consultas, observaciones o inquietudes que podrían sugerir que algo no marcha bien. Tomemos, por ejemplo, la situación en la que un tercero sugiere omitir o alterar los controles de seguridad de un producto; si se deja sin supervisión, podría derivar en una grave falta de conducta. Las empresas proactivas están animando, ahora más que nunca, a que empleados y terceros expresen sus preocupaciones, comprendiendo que no todos están capacitados para identificar una mala conducta de manera definida. Según informes recientes, muchas de estas organizaciones están expandiendo o adaptando sus canales tradicionales para abordar una variedad de inquietudes.

Sin embargo, una visión más amplia sobre las denuncias en el ámbito empresarial revela que las líneas de denuncia tradicionales capturan solo una fracción de las posibles irregularidades, con la mayoría de los informes que se presentan directamente a los gerentes o al personal de recursos humanos. Estos hallazgos subrayan la necesidad de una estrategia más integral. Las empresas que están incorporando las quejas dirigidas directamente a gerentes u otros en los datos de su Canal de Reporte tienen la posibilidad de obtener una comprensión más profunda y holística de los desafíos que enfrenta su fuerza laboral.

El denunciante, cuya travesía está llena de obstáculos, no es una figura mítica. Las historias conocidas demuestran lo fácil que una persona puede pasar de hacer correctamente su trabajo y plantear un problema, a encontrarse en la lista negra y en bancarrota. Lo peor es que la historia del denunciante aislado y luchador es generalmente aceptada; no provoca sorpresa ni incredulidad en quienes la escuchan. Sin duda, admiramos a los denunciantes y lo que hacen, y nos duele que sufran. Pero como sociedad somos complacientes con su probable ruina. Esto tiene implicaciones para los denunciantes y para las instituciones que intentan criticar.

Nuevas perspectivas nos ayudan a ver las cosas de forma diferente. En lugar de intentar definir quién o qué es un denunciante, más vale examinar qué les sucede a las personas cuando asumen esta etiqueta, ya sea por elección o no. Después de todo, los denunciantes no solo deciden serlo cuando dan la alarma; a menudo se les coloca en esta posición a posteriori, ya sea por un abogado o por un periodista. Esta perspectiva ofrece insights sobre por qué los denunciantes son tan violentamente excluidos, tanto dentro como fuera de la organización, y por qué las represalias que experimentan pueden ser tan brutales. También nos ayuda a comprender cómo los propios denunciantes pueden, sin quererlo ni merecerlo, contribuir a esta situación. Ya sea albergando dudas y confusiones internas o cumpliendo con las demandas del público para ganar credibilidad, sus luchas pueden paradójicamente fortalecer la posición de aquellos contra los que luchan. Las represalias no se les imponen simplemente, sino que se enredan en los complejos deseos de las personas por un sentido de legitimidad.

Esta visión sugiere una nueva teoría del denunciante y una nueva ontología del sujeto involucrado en ella. A menudo se asume que la denuncia es una práctica realizada por un individuo autónomo actuando solo. Pero la verdad es que es un fenómeno intrínsecamente colectivo.Sin un apoyo significativo, aquellos involucrados en estas luchas no pueden continuar, y para otros, la idea de hablar seguirá siendo aborrecible. Para que los denunciantes se sientan seguros al presentarse, se necesita una concepción colectiva de la denuncia que exija un reconocimiento de responsabilidad por parte de la gente común y de aquellos en el poder que los representan. Sin comprender la naturaleza intrínsecamente social del yo, es difícil apreciar cuánto nos influencian las instituciones para las que trabajamos y de las cuales depende nuestro bienestar.

El terror, en su esencia más pura, es una respuesta a lo desconocido. Poe capturó magistralmente este sentimiento en sus relatos, mostrando que las más grandes monstruosidades a menudo residen dentro de nosotros. Del mismo modo, el denunciante se enfrenta al vasto abismo de lo desconocido: ¿Sus compañeros lo condenaran al ostracismo? ¿Será escuchado por la empresa? ¿Será castigado? Sin embargo, al igual que muchos personajes de Poe, el denunciante se siente impulsado por una fuerza interna, una necesidad de actuar, a pesar del miedo.

En última instancia, tanto en el “Corazón Delator” de Poe como en la decisión de denunciar, vemos el enfrentamiento del individuo con sus propios demonios y miedos. Y, al igual que en sus narrativas, el acto de enfrentar y superar estos temores puede no solo ser una liberación, sino también un acto de valentía que resuena a través del tiempo. Porque, al final del día, esa pulsión un tanto irracional puede derivar en la búsqueda de la verdad, sin importar cuán inquietante pueda ser.

La canción al final

«Corazón delator» es una canción y sencillo compuesto por el músico Gustavo Cerati e interpretado por Soda Stereo, incluida dentro de su cuarto álbum de estudio titulado Doble vida. Según declaraciones de Gustavo Cerati en entrevistas, es una de sus canciones favoritas tanto de Soda Stereo, como de su carrera musical en general. Dijo que, cuando terminó de grabarla y la escucho, fue una de las canciones que más cerca han estado de la perfección musical.En palabras de Gustavo Cerati:“La historia parte de un cuento de Edgar Allan Poe, donde un corazón delata a una persona que mató a otra. En este caso la escribí pensando en que mi corazón me delata cuando veo a la persona que amo.”

"Por descuido
Fui víctima de todo alguna vez
Ella lo puede percibir
Ya nada puede impedir
En mi fragilidad
Es el curso de las cosas
Oh, mi corazón se vuelve delator
Se abren mis esposas
Un suave látigo
Una premonición
Dibujan llagas en las manos
Un dulce pálpito
La clave íntima
Se van cayendo de mis labios…"

 

El Corazón Delator de Edgar Allan Poe, texto completo

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio… ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado… con qué previsión… con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría… ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente… muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente… ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches… cada noche, a las doce… pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás… pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

-¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando… tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena… ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: “No es más que el viento en la chimenea… o un grillo que chirrió una sola vez”. Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par… y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí… ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez… nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar… ninguna mancha… ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo… ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara… hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba… ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso…, un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen… más fuerte… más fuerte… más fuerte… más fuerte!

-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!

FIN

Traducción de Julio Cortázar

Referencias:

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