Conocemos el precio de todo y el valor de nada

 

Por Raúl Saccani.

¿Cómo podemos pifiarla tanto?

Los humanos contemporáneos hemos recorrido un largo camino en nuestros setenta mil años en la tierra. En la cadena evolutiva somos verdaderos ganadores pero, sobre todo en los últimos siglos, registramos una sucesión de pifias monumentales en lo que al cuidado de nuestro planeta respecta. Las impactantes imágenes de la provincia de Corrientes en llamas, en la Mesopotamia Argentina, nos muestran como se van quemado cerca de un millón de hectáreas que, si la estimación es correcta, equivaldría a unas 45 ciudades de Buenos Aires. Unos siete Nerones hubiéramos necesitado para quemar tantas Romas modernas. Algo más de cinco panaderos de Pudding Lane.

Los humanos generamos un impacto profundo en el planeta. Los efectos primero comenzaron a eliminar especies individuales y luego a destruir hábitats completos. Ha habido cinco extinciones masivas en la historia de nuestro planeta. Ahora, la actividad humana está impulsando al planeta hacia una sexta, a un ritmo sin precedentes. Desde que Ud. lector ha nacido, disminuyó un 70 por ciento la población de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios.

 

¿Qué tiene que ver todo esto los mercados y el mundo de los negocios?

Tal vez porque no se valoran formal ni financieramente, al principio las pérdidas derivadas del cambio climático se minimizaron y su causa se trató como un problema para otro día. Sin embargo, están comenzando a afectar los activos que tienen un precio de mercado. Un ejemplo tangible de lo último es el marcado aumento en el riesgo de suscripción para las aseguradoras. Los eventos climáticos extremos, como huracanes, inundaciones, incendios forestales y el aumento del nivel del mar ponen en riesgo la infraestructura crítica de la que dependen las empresas y las comunidades. Medios de subsistencia enteros podrían desaparecer a medida que fallan las cosechas, se destruyen los hogares y se colapsan las redes de transporte.

La producción y el consumo de energía están en el corazón de la dinámica climática, responsable de casi las tres cuartas partes de las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por el hombre en todo el mundo. Para lograr frenar esto, debemos alcanzar lo que se denomina emisiones cero netas. Eso significa tornar la mayor parte del uso de energía en electricidad y convertir toda la electricidad en energías renovables. Pero algunos sectores son mucho más difíciles de descarbonizar que otros.

Medir las consecuencias del cambio climático va al corazón de los desafíos sobre la “valoración” y el “valor”, que Mark Carney describe en su obra “Valor(es): Construir un mundo mejor para todos”, en la que aboga por una revisión profunda del sistema financiero para enfrentar estos desafíos globales. Carney, graduado en Harvard y doctorado en filosofía en Oxford, es un economista anglo-canadiense que ocupó, entre otros, los cargos de Gobernador del Banco de Inglaterra y presidente del Consejo de Estabilidad Financiera del G20, hoy es Enviado Especial de las Naciones Unidas para la Acción Climática y las Finanzas. Él defiende la idea de una economía basada en valores (de ahí el nombre del libro). Sorprende que uno de los ex banqueros centrales más prominentes del mundo lanzara una ola intelectual que en defensa de los valores sobre los que se construyen las buenas sociedades y los mercados en funcionamiento. Todavía más sorprende es que abogue por el Stakeholder Capitalism y las inversiones con motivación social antes que las ganancias. Carney culpa a las tres grandes crisis de nuestro tiempo: el colapso financiero, la pandemia y la emergencia climática, como generadoras de una cultura amoral e instituciones degradadas, cuya falta de responsabilidad e integridad acelera la disfunción del sistema.

Algunos costos del cambio climático, dice Carney. son inmediatos, viscerales y cuantificables. Otros pueden estimarse a través de escenarios de los impactos potenciales en el PIB. Pero también hay cuestiones más fundamentales de “valor(es)”, particularmente porque mucho de lo que destruye el cambio climático, como la biodiversidad y las comunidades, no se valora explícitamente (económicamente), dice el autor. Se pregunta por qué muchos de los recursos de la naturaleza no se valoran a menos que se pueda fijar un precio. Da el ejemplo de la Selva Amazónica, que solo aparece como valiosa después de haberse convertido en una granja para ganado. Por lo tanto, el precio no siempre es una buena medida del valor.

El problema es que los mercados están viviendo el aforismo de Oscar Wilde: “conocemos el precio de todo y el valor de nada”. Lo interpreta Carney: a medida que pasamos de una economía de mercado a una sociedad de mercado, tanto el valor como los valores cambian. Cuando el valor de algo se equipara con su precio monetario, determinado por el mercado, terminan siendo las empresas las que expresan lo que es importante para nosotros. Como los mercados reflejan mejor nuestras preferencias subjetivas, no hay nada que podamos hacer excepto rendirnos a su voluntad. Y el mismo proceso se extiende profundamente a nuestra médula social, incluso la salud y el valor que se le da a la vida, dice el autor.

En la búsqueda de la eficiencia mediante la expansión del mercado, la economía toma decisiones morales. Lo está haciendo a ciegas porque asume que el acto de fijar el precio de una actividad o un bien no cambia su naturaleza subyacente. La economía generalmente asume que los incentivos de precios complementan o refuerzan los valores intrínsecos que ya fomentan ese comportamiento. Sin embargo, poner precio a los valores puede corroerlos. Debemos preguntarnos si las ganancias en eficiencia valen el costo. Cuando el bienestar se interpreta simplemente como la suma de todos los precios, esto los aplana, sumándolos sin jerarquía ni consideración de su distribución. Así se fomenta el crecimiento de hoy y las crisis de mañana, como vemos tan marcadamente respecto al clima y la conservación de medio ambiente.

 

¿Qué puede hacer el mundo del Compliance para ayudar?

Para responder a esta pregunta entrevistamos a una rara avis, Tomás Thibaud, quien ostenta una combinación poco frecuente: desarrolló su carrera como abogado en el mundo corporativo, llegando ser el Compliance Officer para el Cono Sur de una importante multinacional y decidió dar una vuelta de página para dedicarse a otra pasión: la fotografía de la naturaleza, el particular de aves argentinas (es miembro del Board de la ONG homónima) y la conservación ambiental.

Recién llegado de Santa Cruz, donde fue a seguir el rastro de los pumas de la estepa patagónica, Thibaud abre la charla con una anécdota para ilustrar la primera parte de este artículo. Resulta que está batallando para fundar una reserva natural en un campo de su familia, en el que hay una laguna que está perdiendo agua a través de una canalización realizada 60 años atrás y desgastada por el tiempo. Entonces llama a un proveedor y le pregunta si tiene experiencia trabajando en lagunas. Le contesta que sí, que se quede tranquilo, que ya había trabajado con infinidad de clientes que le pidieron secar lagunas de sus campos para poder plantar soja. Lo que no sabía el proveedor era que Thibaud buscaba el efecto totalmente contrario: que la laguna siga existiendo para ser refugio de la avifauna que tanto precisa del agua en épocas de sequía, y así crear un oasis.

El ex-Compliance Officer, que ahora publica sus fotos en la prestigiosa National Geographic, destaca que actualmente las empresas tienen un departamento de Medio Ambiente o de Seguridad e Higiene, donde tratan de gestionar de la mejor forma posible los residuos que generan, pero lo que no se ve aún es que las empresas hablen de conservación. Se trata de distinguir, según el punto de vista de Thibaud, entre medio ambiente y conservación. Recuerda que cuando hablábamos de un todavía incipiente Compliance, una década atrás, no parecía que los conceptos relacionados con anticorrupción y ventaja competitiva pudieran instalarse, lo que finalmente pasó. Entonces, las empresas necesitan tener un convencimiento real sobre la importancia de la conservación, un concepto más preciso que el de medio ambiente, que es el foco de hoy.

Los Compliance Officers están acostumbrados a gestionar riesgos inherentes a los negocios, debiendo encontrar la manera de mitigarlos. Exhorta entonces Thibaud a que los Compliance Officers también se involucren en este tipo de situaciones, para generar conciencia dentro del mundo empresario sobre la protección de la biodiversidad como un riesgo que hay que atender de manera inmediata.

Los negocios serían más fáciles de implementar desde el punto de vista de su impacto ambiental si las empresas incorporasen la idea de la conservación de la naturaleza. ¿Cómo? Encarando acciones a conciencia, tomando a la conservación como valor, incluyéndolo en el análisis de riesgo, involucrando a los stakeholders e, incluso, evaluando acciones de compensación si fuera necesario. Por ejemplo: si para construir una obra hay que talar 10 árboles, entonces analizar la posibilidad de su traslocacion, o plantar 50 en otro lugar.

La clave será encontrar la manera de devolver a la naturaleza lo que le estamos quitando. Por ejemplo, en los campos que se destinan a la agricultura deberán respetarse los corredores biológicos o habitats importantes para la fauna y la biodiversidad que habita el predio. En caso de abrir un camino o una ruta, en áreas importantes para la Conservación, tender puentes para no cerrar los corredores biológicos que los animales necesitan para trasladarse de un lado a otro, sin peligro de ser atropellados, como puede observarse en las siguientes fotos.

© Tomas Thibaud

© Tomas Thibaud

Nos dice Thibaud que, salvo algunas excepciones de empresas que lo hacen bien, en general cuando se habla de conservación no saben cómo pueden colaborar. El foco está puesto en reducir la huella de carbono, pero no están pensando en regenerar espacios naturales y en permitir que la fauna y flora vuelvan a su sitio. En cierta medida, prima la mirada de la sustentabilidad más como una acción de marketing. Aunque el cuidado del ambiente desde el punto de vista de las emisiones es importante, claramente no alcanza.

Thibaud comparte su propósito: usar la fotografía de la naturaleza como un canal para generar conciencia, porque nadie puede cuidar lo que no conoce. Nos deja entonces una interesante reflexión sobre el rol del Compliance Officers en particular: lo primero que hay que hacer es generar conciencia y un cambio de paradigma, de la misma manera que se modificó en materia de la corrupción. Para ello deberán capacitarse y asesorarse, para que puedan tener un rol protagónico y conectarse más con las organizaciones que trabajen en la conservación.

 

¿Puede una economía basada en valores resolver el problema?

 

El cambio climático es la máxima traición a la equidad intergeneracional: impone costos a las generaciones futuras que la actual no tiene incentivos directos para solucionar. Es vital reequilibrar el dinamismo esencial del capitalismo con nuestros objetivos sociales más amplios. No se trata de una cuestión abstracta ni de una aspiración ingenua.

¿Cómo lograr equidad entre las generaciones, en la distribución del ingreso y en las oportunidades de vida? Un primer paso será que las empresas tengan un propósito. Aquellas que están motivadas por la creación de un propósito intrínseco del que se benefician, tienen más éxito en el largo plazo.

El propósito es lo que representa una organización, por qué hace lo que hace. El conjunto de valores y creencias es el propósito subyacente de la empresa, que establece la forma en que opera. Siempre es más amplio que un simple resultado final. Las empresas tienen partes interesadas, los stakeholders: sus accionistas, empleados, proveedores, clientes, etc. Y las empresas son, en sí mismas, partes interesadas. Tienen un profundo interés y comparten la responsabilidad por los sistemas económicos, sociales y ambientales en los que operan.

Una empresa con un verdadero propósito corporativo impulsa el compromiso con un conjunto más amplio de stakeholders al ser un empleador responsable y receptivo; mediante el logro de relaciones honestas, justas y duraderas con proveedores y clientes a lo largo de la cadena de valor; y siendo un buen ciudadano corporativo haciendo contribuciones completas a la sociedad. El propósito corporativo incorpora la solidaridad a nivel local, nacional y, para las empresas más grandes, a nivel mundial. Y reconoce la necesidad de sostenibilidad entre generaciones.

Al promover el propósito corporativo, la búsqueda de ganancias no debe relegarse a un papel secundario, sino que es vital para que las empresas funcionen y se construyan. La perspectiva de un retorno ayuda a incentivar a las personas a invertir su dinero y tiempo en nuevas empresas. Ahora bien, el propósito debe estar integrado en todos los aspectos de una empresa. Alcanzar el propósito de una empresa comienza con el gobierno correcto y fluye hasta la estrategia, la alineación de los incentivos de gestión, el empoderamiento de los empleados y el compromiso total con todas las partes interesadas.

Concluye Carney que cuando este “vendaval creativo” está anclado en el propósito, en la solución de problemas de las personas y del planeta, esta búsqueda de ganancias mejora la vida a un ritmo asombroso.

Elegimos cerrar con la anécdota que cuenta Carney para abrir su libro, una curiosa parábola del papa Francisco sobre la humanidad, los mercados y las bebidas alcohólicas. Tiempo atrás se encontraron legisladores, empresarios, académicos, líderes sindicales y ONGs en el Vaticano para discutir el futuro del sistema de mercado, cuando el Papa Francisco se suma al grupo en uno de los almuerzos comparte lo siguiente:

“Nuestra comida irá acompañada de vino. Ahora bien, el vino es muchas cosas. Tiene un aroma, color y riqueza de sabor que complementan la comida. Tiene alcohol que puede animar la mente. El vino enriquece todos nuestros sentidos.

Al final de nuestra fiesta, tendremos grappa. La grappa es una cosa: alcohol. La grappa es vino destilado.

La humanidad es muchas cosas: apasionada, curiosa, racional, altruista, creativa, egoísta.

Pero el mercado es una cosa: el interés propio. El mercado es humanidad destilada.

Tu trabajo es convertir la grappa de nuevo en vino, hacer que el mercado vuelva a ser humanidad.

Esto no es teología. Esta es la realidad. Esta es la verdad.”

 


 

Nota del autor: Los puntos de vista y opiniones de Raúl Saccani en este artículo son realizados a título personal y no en representación de la Universidad Austral, el IAE Business School, el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de CABA o Deloitte S-LATAM y afiliadas. En ningún caso podrá ni deberá considerarse la información, análisis y opiniones brindadas en todo o en parte de esta obra como asesoramiento, recomendaciones u opiniones profesionales o legales. El lector que necesite tomar decisiones sobre los temas aquí tratados deberá asesorarse específicamente con profesionales capacitados que evalúen las características, normas legales y conceptos aplicables a su caso específico.