La semana pasada salió el “Corruption Perceptions Index 2016” de Transparencia Internacional (Ver aquí)
Según Transparencia Internacional, la corrupción en muchos países ha aumentado. Son más los países con mayor corrupción que aquellos con menos corrupción respecto del año anterior. Casi el 70% de los países sufre de corrupción endémica.
La posición de Argentina mejoró algo: obtuvo con 36 puntos sobre 100 el mejor puntaje desde hace muchos años y subió de la posición 105 a la 95. Contra-intuitivamente, Brasil mejoró su posición en mayor proporción quedando con 40 puntos en el lugar 79. Uruguay y Chile siguen siendo las excepciones notables en América Latina. Son los únicos países con puntajes arriba de los 50: Uruguay quedó con 71 puntos 21mo y mejor ubicado que Chile (66 puntos, 24to). El gran perdedor es México que con solo 30 puntos bajó a la posición 123. Última en la región sin sorpresa, Venezuela (17 puntos y No. 166 en el ranking de 176 países).
Visto así, parece una competencia deportiva. No lo es. No solo que los países no compiten para ganarle al otro, sino que los resultados no son exactos ni mucho menos. Por razones obvias, nadie conoce el nivel exacto de corrupción en un país. No hay estadísticas en este tema, y percepciones son solo percepciones: una suerte de acercamiento a lo que se supone puede asemejarse a la realidad. Es un muy valioso termómetro que da un rango de aproximación y tendencias. Teniendo en cuenta que los puntajes por debajo de 50 significan corrupción endémica, en todos los países de la región, con la excepción del Uruguay y de Chile, les espera un largo camino a recorrer para alcanzar niveles menos inaceptables de corrupción. Para este camino hay algunos países, entre ellos la Argentina, mejor ubicados que otros. Lo comenta en una interesante nota Finn Heinrich sobre la interdependencia entre desigualdad, corrupción y populismo Leer aquí
Hay una fuerte correlación entre desigualdad social y niveles de corrupción creando un círculo vicioso entre corrupción, desigual distribución de poder y desigual distribución de riqueza en la sociedad. Según Heinrich, la gente dejó de confiar en las promesas incumplidas de los políticos tradicionales de hacer algo contra la corrupción y la desigualdad. Llegó el momento en que prefieren probar con políticos que prometan romper el ciclo entre corrupción y privilegios, cambiando el sistema. Los resultados en países donde esto pasó mandan señales claras, que el camino de los gobiernos populistas y autócratas no es el adecuado. Los niveles de la corrupción que decían querer combatir no bajan y por el contrario, muchas veces suben. Ejemplos negativos abundan desde Nueva Delhi hasta Roma y en Hungría y Turquía, donde gobiernos populistas demuestran en los últimos años niveles de corrupción crecientes.